Comida y ficción basura

Hay ocasiones en las que, tentada por el olor de ciertas frituras, me entran unas ganas irremediables de zamparme una hamburguesa con patatas fritas en la peor de las cadenas de comida rápida del mundo. Cuando no estoy lo suficientemente fuerte o tengo uno de esos momentos de ansiedad generados por el estrés y, a veces, potenciados por el maravilloso ciclo hormonal que las mujeres conocemos, caigo en la tentación y me dejo llevar: menú completo, bebida azucarada y gaseosa incluida, y a veces hasta añado esos complementos de pollo fritos que prefiero no saber de qué están hechos. 

Engullo ese festín como si no hubiera un mañana, mezclando ansiedad con el hecho de que, si dejo que el menú se enfríe, será como comer cartón. Aunque, bien pensado, el cartón claramente no me haría tanto daño. Lo peor de todo es que, pese a saber la mierda que me estoy tragando y lo mal que me sienta cada vez que lo hago, siento un profundo placer, no exento de culpa. También, cada vez que me dejo llevar y caigo en esa tentación, me juro y me perjuro que no lo volveré a hacer por el completo atentado que perpetro contra mí misma: apoyo a una multinacional terrible, a un modelo de consumo compulsivo, ingiero todo tipo de elementos dañinos para mi estómago y mis arterias, y siempre me sienta como un tiro. ¿Por qué, señor? ¿Por qué?

No sólo de comida basura vive el hombre…

Hoy me he descubierto haciendo algo similar a mi desliz con el fast-food pero con una película. Era una de esas de las de «chico conoce a chica» (aunque también podría haber sido de las de «vampiro conoce a adolescente», sí, lo confieso) con un argumento predecible en el que, después de una serie de dificultades, triunfa ese concepto de amor romántico con el que hemos crecido. No era la primera (ni la segunda, ni la tercera, ni posiblemente la cuarta… oh dios…) vez que me la veía. Sabía todo lo que iba a pasar y, sin embargo, quería seguir viéndola.

Hay algo que me atrapa en estas ficciones y me quedo viéndolas aunque sepa el argumento de principio a fin. Me quedo absorta mirándolas pese a que cuando terminan siento que he tirado miserablemente esa hora y pico o dos horas. Y, encima, me queda mal «sabor de boca», aunque no haya tenido acompañamiento de palomitas o doritos (ay la gula…). ¿No sentís vosotros ese placer culpable en algún momento? Pensadlo, para que no me sienta tan sola.

La maldad de estas películas no reside necesariamente en la baja calidad del film por su guión o por la interpretación de sus actores, que pueden estar bien en conjunto. El problema son los roles masculinos y femeninos que representan y el tipo de relaciones de pareja que fomentan. Seguro que tenéis ejemplos en la cabeza, venga, confesad… Normalmente son películas que vi cuando era adolescente y también durante mis 20, y disfruté de ellas sin cuestionarlas. Me han acompañado mientras me formaba como persona y no he sido consciente del daño que los mensajes de estas películas me habían producido hasta hace relativamente poco tiempo: mujeres que necesitan a hombres que las protejan y las salven, que se preocupan excesivamente por su apariencia física, que maquinan y manipulan para conseguir sus objetivos…

Aunque ahora sea consciente de lo que veo y de esos perversos mensajes, y mi parte racional grita con todas sus fuerzas al ver actitudes y comportamientos profundamente machistas, no puedo evitar emocionarme. Llego incluso a llorar en el momento del desencuentro, cuando parece que el protagonista ya ha perdido la oportunidad de llegar a su amada, y por supuesto en el final feliz. Y me odio por ello, por mi incoherencia y por mis lágrimas al empatizar con ellos. Me pegaría bofetadas, os lo juro.

Ojalá hubiera sabido que, igual que el colesterol de las grasas saturadas va dejando un poso en mis arterias cada vez que como diferentes clases de basura, y dentro de quizás 10 ó 15 años pueda provocarme problemas cardíacos, el consumo de ficción basura también pasa factura. Tengo que ponerme a plan a partir de ahora con una dieta de películas libres de aditivos tóxicos. Se admiten sugerencias en #FicciónSinConservantesMachistas.

Un comentario

  1. No te odies por eso. Hay una diferencia bastante importante con la comida rápida y que resulta una ventaja aquí: esas «pelis culpables» «sólo» te hacen un daño moral. La diferencia entre tu yo de 15 años y tu yo actual, es que tú en este momento puedes criticar el producto que estas consumiendo y esa es una diferencia abismal. Contrarresta en buena medida el efecto perverso que tiene el mensaje implícito que lleva porque, si eres capaz de detectarlo y de saber lo malo que es, ¿que mal te puede hacer verlo en una ficción?* Eso con una hamburguesa, por mucho que la critiques, no contrarrestas nada que te hayas metido pal’ cuerpo.
    Y en realidad, todos tenemos nuestros placeres culpables, pero entender que ver algo no es aprobarlo automáticamente y dejar siempre un espacio para la crítica puede marcar una gran diferencia. O al menos eso quiero creer.

    *Lo malo aquí, no es el receptor, sino el mensaje. Lo malo no es que alguien que entienda bien el problema lo vea. Lo malo es que gente que no entiende lo que es el amor romántico, las relaciones que tiene con el machismo y las consecuencias que tiene todo ello, lo vea y lo acepte como algo NORMAL. Porque al final es eso, el mayor daño que hacen estas cosas es la perpetuación, y eso, no creo que sea culpa en exclusiva de ver de vez en cuando una de esas pelis. Y esto me ha recordado a un caso que vi hace poco por aquí. Una chica que tenía que hacer un reportaje sobre el LoL (league of legends) quería empezar a jugar, al margen de si por gusto o no, porque quería saber como era el juego antes de hablar de él. Pues bueno, alguien tuvo que salir diciendo por ahí, que cómo podía considerarse feminista y jugar a eso, ni tan siquiera para hacer un reportaje. La conclusión que saqué de aquello es que jugar/ver/leer no supone aprobar, que los valores no se pierden delante de la ficción, que una empresa grande no se va a hundir por un sabotaje a pequeña escala, y que la capacidad de crítica hace un mundo, de poder ejercerla a no poder ejercerla.

    (Y ya lamento el tocho. Muy buena entrada. ^^)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.