Las mujeres visibles

Las películas de superhéroes copan nuestras pantallas. Son adaptaciones de las principales sagas que yo leía y, aunque las disfruto con un buen cubo de palomitas, recuerdo con cierta nostalgia mi época de adolescente comiquera.

Empecé leyendo a Los Vengadores, y uno de los personajes que más me atraía era el de La Bruja Escarlata: era poderosa, flotaba, estaba casada con un extraterrestre llamado La Visión y sus hechizos y su pelazo granate me fascinaban. Después me colgué tras los pasos de La Patrulla X y me parecía maravilloso descubrir a Ororo, más tarde renombrada como Tormenta: volaba, controlaba la meteorología y ella creía que era una diosa antes de saber que (sólo) era una mutante; su pelo blanco que en algún momento se rapó a los lados y convirtió en cresta me parecía de lo más guay del mundo. Mujeres fuertes, guerreras, rotundas… Referentes que me fueron acompañando.

Aunque, en general, todos los personajes femeninos de estos cómics me gustaban, y una parte de mí deseaba tener esos superpoderes (¿quién no?), de más mayor una de ellas me chirrió: Susan Storm. Si no sabéis quién es puede que también sea sintomático. Formaba parte de Los Cuatro Fantásticos. Esto ya os suena más, ¿a que sí? A diferencia de los mutantes de las otras series de cómics que he mencionado, estos cuatro humanos sufren cambios en su organismo a raíz de ser expuestos a unos rayos cósmicos: Reed Richards se convierte Mr. Fantástico (era elástico y un cocazo -ya antes de mutar-), Johnny Storm es La Antorcha Humana, Ben Grimm es La Cosa (hecha de piedra) y… ¿Susan Storm? Ella se convierte en La Mujer Invisible.

Podemos pensar en lo que molaría hacerse invisible cuando nos apeteciera. Y, de hecho, H. G. Wells escribió la novela de ‘El hombre invisible’ en la que un científico consigue desaparecer de la vista de los demás, pero no puede revertir el efecto y su estado mental se deteriora (no os cuento cómo termina por si no la habéis leído, pero ya os adelanto que no es un happy ending). De acuerdo que Susan Storm no se queda permanentemente en el estado de invisibilidad sino que controla cuándo quiere hacerse o no invisible. Sin embargo, resulta curioso que al lado de cualidades como la elasticidad (sumada a la inteligencia previa), volar convertido en fuego o ser una mole indestructible, el poder de la única mujer de este grupo sea ser invisible, lo que se traduce en hacer cosas sin que nadie la vea.

¿A qué os suena esto? ¿No os parece algo demasiado cercano a lo que ocurre habitualmente con las mujeres, en general? Cuando se habla de la invisibilización de la mujer no se nos viene a la cabeza un superpoder precisamente. A lo que nos refiere esa idea es a que no existe un reconocimiento explícito a las labores y aportaciones de las mujeres. El mensaje, en gran parte transmitido por la Iglesia (una de las instituciones que más ha machacado y degradado a la mujer durante siglos) y perversamente vendido como virtud, es el de “hacer sin que se note”. De ahí viene una parte del problema.

Por su parte, en las últimas décadas la supuesta “liberación de la mujer” que parte de los 90 ha ido mutando en otro mensaje que, aunque no lo pareciera, nos ha hecho también mucho daño: “las mujeres (al parecer, a diferencia de los hombres) podemos hacer varias cosas a la vez y es que ¡somos unas superwomen!” A la generación que crecimos con los superhéroes se nos coló esta trampa mortal: querer parecernos a esas mujeres de fantasía que pueden con todo.

Pues no. Ni queremos ser invisibles aunque pareciera un superpoder muy cool, ni queremos ser supermujeres que pueden con todo lo que se les eche (limpieza de la casa, economía familiar, trabajo fuera del hogar, educación de los hijos,… y una enumeración que puede no acabar nunca).

Queremos ser mujeres visibles, visibilizadas por y entre nosotras, por la sociedad en general y por la otra mitad de la población en particular. Eso significa alcanzar la igualdad con los hombres en todos los terrenos de la vida, también en derechos y oportunidades. Significa además aceptar nuestras equivocaciones y nuestras fallas, y que no se nos juzgue con más dureza por ser mujeres. Ese “ser visibles” implica, al fin y al cabo, que pongamos en valor nuestras aportaciones a la vida y al mundo, y que reclamemos nuestro espacio en la que es TAMBIÉN nuestra Historia.

Un comentario

  1. Ya va siendo hora de que los falsos mitos queden en la basura.Me gusta tu exposición porque va en esa línea,debemos exigir respeto,valorar nuestras capacidades que son muchas,y asumir nuestros errores.Abrazos de orgullo de madre.

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